miércoles, 27 de mayo de 2015

¿Quieres volver a contar historias?

Cuando éramos niños contábamos historias sin ningún
problema. ¿Por qué ahora nos avergonzamos de usarlas?
Foto de Shlomit Wolf 
Si alguien de repente nos dice: “cuéntame tu historia” puede que nos quedemos perplejos sin saber qué contestar. Y lo mismo pasaría si nos pidieran que contáramos la historia de nuestra marca, de nuestra compañía, o de nuestro cliente. “Madre mía que vergüenza, cómo voy a hacer yo eso”, podría pensar más de uno. ¿Por dónde empezar? ¿Qué querrá esa persona de mí? ¿Qué le puedo contar si nada es interesante? Montones de preguntas que nos pueden llevar al pánico y a la parálisis total.


¿Hemos perdido la capacidad de  crear historias y contarlas?


Hace un tiempo escuché esta conferencia del diseñador Puño.
Entre las muchas cosas interesantes que dice, cuenta que mucha gente le pregunta “¿cuándo empezaste a dibujar?”. A lo que él suele responder con otra pregunta: “¿Cuándo dejaste tú de dibujar?”. Porque dibujar es algo que hemos hecho desde que somos niños, ¿o ya no nos acordamos? Lo mismo pasa con contar historias. Lo hemos hecho desde siempre y es más, seguimos haciéndolo todos los días, aunque muchas veces no nos demos cuenta.

Contamos historias cuando charlamos con la gente y les narramos anécdotas, o cuando contamos un chiste o cuando propagamos un rumor del último escándalo del momento. En todos esos momentos contamos una historia y no reparamos en que lo estamos haciendo y mucho menos en cómo lo estamos haciendo. Simplemente la contamos.


¿Entonces por qué nos cuesta tanto contar una historia cuando nos la piden?


Posiblemente haya varias razones para ello pero creo que una de las más importantes puede ser el hecho de que mucha gente identifique las historias con las narraciones que se cuentan a los niños. Meros entretenimientos infantiles que hace tiempo se olvidaron y dejaron atrás. Se supone que ahora vivimos en un mundo de adultos donde lo que importa son los datos y las cosas serias, no los relatos. Tonterías.

Lo primero. Una cosa es que los cuentos se cuenten a los niños y otra es que sean algo sin importancia. No sé por qué algo no puede ser importante por el mero hecho de que el destinatario sea un niño. Los relatos infantiles entroncan con años y años de narración oral que han servido para transmitir un conocimiento y cultura. Es más, muchos de los relatos “adultos” que consumimos diariamente son réplicas de cuentos populares. No podríamos entender el mundo que nos rodea sin las narraciones que nos han acompañado hasta ahora. ¿O no crees que los cuentos que te leían de pequeño han contribuido de alguna forma a que seas tal y como eres hoy en día?

Lo segundo es que no solamente contamos historias sino que las consumimos a cada momento a través de los diferentes medios que nos rodean. Libros, películas, spots, presentaciones de empresa, discursos políticos, reportajes, etc. Los relatos forman parte de nuestro mundo y muchos de ellos los incorporamos a nuestro día a día y lo que es más importante: a nuestro propio relato. Los adoptamos y los adaptamos a nuestra realidad para seguir siendo coherentes con ella y explicarnos a nosotros mismos con solvencia.


¿Entonces no tengo que aprender a contar historias?


Creo que no se trata de que aprendamos a contar historias, al menos no desde cero, ya que eso ya lo hacemos de forma instintiva. Se trata más bien de aprender los diferentes elementos que interactúan en una historia y entender profundamente las funciones que cumplen. De este modo, más tarde podremos volver a montar esos elementos de la forma que queramos y crearemos una historia que cumpla un determinado objetivo fijado previamente por nosotros.

Y aquí sí se pueden aprender muchas cosas. Es como si abrieras un reloj y pudieras ir viendo poco a poco las diferentes piezas y engranajes que hacen que funcione. Una vez desmontadas todas esas piezas no se tratará de que vuelvas a colocarlas cada una en sus sitio sino de que puedas coger aquellas que te interesan y crear tu propio reloj… y lo más importante: que funcione y cumpla el objetivo que tu quieres.


Algunos consejos para quitar complejos respecto a contar historias


  1. Recupera los cuentos populares que te contaban de pequeño. Recuerda cómo te hacían sentir entonces e intenta identificar qué enseñanza obtuviste de cada uno de esos cuentos. ¿Reconoces alguna de esas enseñanzas en tu forma de pensar actual?
  2. Aprende todo lo que puedas sobre cómo funcionan las historias. El ámbito de aprendizaje es enorme pero hay cosas básicas como el personaje, el conflicto, la trama, etc. Conforme vayas aprendiendo estos elementos te será fácil verlos en las historias que te rodean creando así un círculo virtuoso de aprendizaje.
  3. Esto entronca con la tercera recomendación. Sé consciente de la cantidad de historias que te rodean y aprende de ellas. Y créeme, son muchísimas. Algunas más evidentes y otras más escondidas pero montones de relatos circulan a nuestro alrededor. ¿Cuáles de esas historias te gustan y cuáles no? ¿Y por qué unas las cuentas y otras no? ¿Reconoces algún cuento popular en alguna de ellas, algún fragmento, personajes…?
  4. No tengas miedo a crear historias desde cero. Apóyate en las historias que ya forman parte de tu vida: tus propias experiencias, las historias que te contaban desde siempre, hechos históricos…  Y luego adapta tu historia para que transmita lo que de verdad quieres transmitir. ¿Qué quieres obtener como respuesta del público al que le estás contando tu historia? Eso es lo que debes tener claro, el resto tan solo es cuestión de volver a contar cuentos.
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lunes, 18 de mayo de 2015

1ª norma para crear historias: rompe las normas

Las normas para crear historias es como una caja de herramientas. Es bueno saber para qué sirve cada una de ellas pero luego dependerá de lo que queramos hacer nosotros. Foto de Todd Quackenbush.

Como en casi todos los ámbitos de la vida a la hora de crear historias también existen ciertas normas. Estas "reglas" provienen de siglos y siglos de experiencia humana en el arte de crear y contar historias. Muchos estudiosos, desde Aristóteles hasta Christopher Vogler, han recopilado y estructurado todo ese conocimiento creando completos manuales para la creación de historias eficaces.   

Creo que el conocimiento no ocupa lugar y por tanto es bueno conocer libros como El viaje del escritor, El guión de Robert McKee, Será mejor que lo cuentes, El héroe de las mil caras, Morfología del cuento de Propp, etc. Todos ellos nos permiten descubrir muchas de las claves y los modos en los que funciona una historia. Podríamos considerarlos manuales de instrucciones. Y como buenas guías de ayuda acudimos a ellas cuando estamos en problemas con nuestras historias. Tal vez los consultemos cuando nos hayamos perdido a la hora de estructurar nuestra narración o no estemos seguros sobre la definición de alguno de los personajes. Como el propio Vogler dice sobre su libro "éste debe utilizarse mas bien como un mapa antes que como un mandamiento".

No existen fórmulas mágicas 


Pero lamento comunicar a todos aquellos que estén esperando una fórmula mágica que ésta no existe. La creación de historias tiene tanto de técnica como de arte por lo que no podemos pretender que las historias se fabriquen como churros. Al menos, las buenas historias. No podemos decir: kilo y medio de personajes, una pizca de conflicto, hornear en tres actos y ya está: una fantástica historia para servir. La cosa no funciona así y cualquiera que se haya enfrentado al papel en blanco lo sabe.

Por supuesto podemos aplicar todas las normas que conozcamos a rajatabla, sin hacer concesión alguna a  la improvisación, a la inspiración, a nuestro instinto. Podemos escribir líneas y líneas sin poner nada de emoción en el proceso, siguiendo tan solo los pasos que otros han marcado. Puede que obtengamos una historia técnicamente perfecta pero al mismo tiempo carecerá de alma, sentimientos, intención, pasión... Y las personas no queremos escuchar historias "perfectas" sino historias que nos emocionen, con las que conectemos, que aporten sentido a nuestras vidas... Esas son las historias que devoramos sin pestañear y que volvemos a escuchar una y otra vez al tiempo que las contamos a otros e incorporamos a nuestros relatos vitales.

Lo importante es si la historia funciona


Con todo ello quiero decir que no es tan importante seguir todas las normas que se supone existen para crear una historia perfecta. Más importante es sentir la historia y ser capaz de escucharla y  entenderla. Si tenemos nuestros sentidos y emociones abiertas seremos capaces de ver qué necesita o qué le sobra a la historia. No pensaremos en nuestra historia en términos de "no cumple esta norma o aquella" sino en términos de "este personaje funciona o no, este conflicto funciona o no, esta estructura es la mejor para que mis historia funcione o no". Es más como una improvisación musical. Conoces las notas, los acordes, los sonidos... pero una vez llegado el momento te dejas llevar por lo que sientes y dejas atrás las partituras.

No digo que no debamos aprender estos consejos para la creación de historias. Cuanto mejor los dominemos mejor podrá ser nuestra historia. Sin embargo lo más importante de conocer las normas es saber que puedes ignorarlas, sobrepasarlas o romperlas completamente. De ahí salen las grandes creaciones, de esos momentos en los que es el corazón, o un sexto sentido si queremos llamarlo así, el que guía nuestra creación. Y si nos perdemos siempre podremos consultar el mapa. Al igual que hacemos cuando vagamos por una ciudad y nos despistamos.

Así que desconfiemos de quien asegura tener fórmulas infalibles para la creación de historias. Porque aunque debemos saber sumar, restar, multiplicar y dividir... esto nunca serán matemáticas.

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